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¿Por qué cuesta tanto encontrar funciones subtituladas en los cines argentinos?

Por Agustina Muñiz.

Ir al cine es una de esas experiencias increíbles que vale la pena preservar. Las películas están hechas originalmente para la pantalla grande, no para ser vistas desde una computadora o una tele. Sentarse en una sala oscura, frente a una pantalla gigante, con el sonido envolviendo cada rincón… es muy distinto a mirar algo en casa. Es un ritual que nos desconecta por un rato del afuera y nos obliga a conectar con una historia y a no pensar en nada más que en lo que está sucediendo frente a nosotros.

Sin embargo, vivimos en una época marcada por la inmediatez: lo fácil, lo rápido, lo breve. Las redes sociales y el contenido de pocos segundos nos han entrenado para pasar de un estímulo a otro casi sin pausa. Y eso, claro, repercute en la forma en que consumimos películas.

Para muchos jóvenes (y no tan jóvenes) hoy es más difícil concentrarse durante dos horas en una historia, y mucho más si eso implica leer subtítulos. No es que no quieran disfrutar de una buena película, sino que el hábito de escrolear y recibir información instantánea se impone. Esta realidad reduce el poder de atención que tiene la mente y dificulta mirar la película y leer los subtítulos al mismo tiempo.

En un mundo donde cada vez se leen menos libros, parece que ahora incluso cuesta leer un par de líneas en la pantalla; la comprensión lectora de las generaciones más jóvenes está disminuyendo, y esto es un hecho. Las versiones dobladas, en ese sentido, resultan más cómodas, lo cual no solo está sucediendo en películas infantiles.

Por otra parte, si queremos buscar una función subtitulada en el cine, usualmente nos tenemos que conformar con horarios como las diez o las once de la noche, sin que haya mucha variedad de opciones; por lo tanto, esto también hace que se reduzca aún más el grupo de personas que eligen las películas subtituladas en el cine. Esto no solo sucede en la Argentina, sino que también se está dando en muchos otros países.

Ahora bien, ver una película subtitulada, en su idioma original, no es solo leer lo que los personajes dicen. Es escuchar sus verdaderas voces, sus acentos, su interpretación sin filtros. Así, preservar las funciones subtituladas no significa ir en contra de los cambios tecnológicos o de los nuevos hábitos, sino defender una experiencia distinta, más pura. El cine en idioma original nos permite apreciar mejor las actuaciones y sus matices.

Además, las funciones subtituladas tienen un valor especial para quienes amamos la traducción audiovisual o trabajamos en ella. Horas de trabajo minucioso conforman las líneas que aparecen en la parte inferior de la pantalla. Cada subtítulo es una decisión creativa y técnica que ayuda a que el espectador viva la historia como si entendiera el idioma original. Para los fanáticos del cine, poder disfrutar de esa experiencia tal como fue concebida por sus creadores es un lujo que no debería ser tan difícil de encontrar.

De todas maneras, no hay que menospreciar el doblaje, que también lleva muchísimo trabajo y gente detrás, pero es cierto que tiende a usar un español «neutro» pensado para que sea comprendido en todos los países hispanohablantes. Ese español, sin modismos ni acentos reales, termina siendo una construcción artificial que no existe en la vida cotidiana y que, con el tiempo, acostumbra nuestro oído a un lenguaje plano y distante de nuestro propio dialecto. En cambio, las funciones subtituladas nos exponen a la riqueza y autenticidad de los idiomas tal como se hablan, con sus acentos, giros y expresiones únicas.

En un mundo acelerado, tomarse dos horas para sumergirse en una película en su idioma original es un regalo para la mente, los sentidos y el corazón cinéfilo

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